'Para no llamarte ahogo mi voz en el sonido de las conversaciones cotidianas, la convierto en palabras que no tienen nada que ver con lo que verdaderamente siento.
La hago decir que el calor, que la humedad, que los trenes no llegan a su hora, que este verano se usa mucho el verde seco, que tengo que leer el último libro de Vargas Llosa.
Para no llamarte.
Para no llamarte me muerdo los labios, aprieto los puños.
Trato de olvidarme de tu nombre porque tengo miedo de gritarlo en sueños y que el aire lo lleve a tus oídos y que tú, al escucharlo, te sonrías pensando que aún te quiero.
No debes saberlo. Tenes que creer que ya te he alejado de mis pensamientos, que ya no ocupas ningún lugar en mí, que no fuiste más importante que lo que yo fui para ti.
Tenes que creer que fuiste un momento, una chispa fugaz, una estrella errante.
Para borrarte de mi camino, por las calles que transitamos, voy a los lugares donde estuvimos juntos y digo despacio que nunca exististe, que nunca estuve allí contigo, que solamente fuiste un invento de mi imaginación.
Para borrarte de mí me quedo largo tiempo sumergida en el agua. Me froto con perfumes que no se parecen a tu olor. Me quedo parada en el viento, me restriego los ojos para arrancarles tu imagen.
Pero todo es inútil. Es inútil que repita en voz alta que te odio.
Es inútil que grite que no tengo que amarte. Te has fundido en mi piel.
Te has enredado en mis raíces y ahora creces conmigo.
Eres como un injerto en una planta: lo que florezca en mi llevara tu marca para siempre.
Tendría que morirme, que secarme a un costado del camino, para que murieras, para que te borraras, para que no estuvieras.
Y es en mi empeño por matarte, donde revives.
Y es en mi desesperación por no llamarte donde brota tu nombre, se sube a mi garganta, me quema la saliva, pone brío en mi voz y se multiplica en el eco del aire para desparramarse hacia los cuatro puntos cardinales.
No te tengo y me tienes. Estás lejos pero puedes tocarme.
Mi tristeza te inventa, mi sed te corporiza. Cuando no puedo más, cuando es todo un desierto a mi alrededor, te vuelvo manantial de ricas aguas y mojo allí mis labios y mi frente.
Cuando no puedo más y todo a mi alrededor es un mar congelado, te vuelvo sol y giro bajo tus tibios rayos.
Cuando no puedo más, cuando todas mis fuerzas se vuelven añicos, cuando todo el valor se va agotando, me arrojo a los recuerdos, cierro los ojos, vivo para adentro los momentos felices del pasado, vuelvo a encontrarte en una esquina, me estrechas en tus brazos, haces algún comentario sobre mi ropa o mi perfume, mientras se escuchan nuestras risas.
Pero después, al fin, hay un punto de sombra donde todas las risas se apagan y las palabras se ennegrecen...
Es la hora del adiós. Es tu despedida. Es cuando me dices que no estás segura de nada, que lo nuestro...
Que tal vez...
Que es mejor separarnos por un tiempo...
Que...
Es cuando yo te digo: ¿Y ahora que hago con todo este amor? y te encoges de hombros murmurando "perdón".
Te vas sin volver la cabeza. Y me dejas sola con esa pregunta: voy a gritar tu nombre, pero callo.
No, no puedo llamarte ¿Para qué? Si no me amas, no tiene sentido. Nada tiene sentido. Y así me hundo, me lastimo, me ahogo, pero no te llamo.
No te llamo porque no debes saber que aún te amo.'
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