Me pongo en un estado emocional muy extraño cuando leo o cuando termino de leer. Me vuelvo más analítica con algunas cosas, diría que pienso más antes de hablar pero sería mentira. Es un estado muy bonito en el que pienso si permitirme sentir o no emociones que no son mías y que son, más bien de los personajes. Y pienso que habría hecho yo en su lugar y si sería diferente si el protagonista fuera yo (hecho extraño porque la respuesta siempre es, obvia e irremediablemente, que si). Y aunque disfruto de este punto siempre, tiene cosas buenas y cosas malas.
No sé, de nuevo, si me invade un poco de melancolía, quizá. Los rasgos de mi rostro se vuelven más extraños y toda la conexión de vuelta con el mundo real la veo forzada durante un rato, igual que mis gestos. No penetran en mi las cosas de la misma manera y me permito ser un poco menos consciente y fluir un poco más en un sentido extraño al que no estoy acostumbrada. No sale bien siempre, ni es lo mismo si acabo de terminar el libro o si lo acabo de empezar, tampoco si he terminado un capítulo o si lo que estoy leyendo es, quizá, un libro de relatos de temática amplia y diferente. También presto más atención al entorno que me rodea, oigo más los sonidos del ambiente en el que estoy (los ruidos de la calle, la lavadora, las puertas) pero reacciono menos a ellos de lo normal. Es, cuanto menos, curioso todo ello.
Me cuesta todavía mantenerme al margen de las emociones, sean mías o no y sea o no consciente de ello. Pero me he dado cuenta, también, de toda la cancha que me doy y lo que me permito los sentimientos malos y lo poco que disfruto y, sobretodo, que me permito los buenos. Aún en ese estado, me gusta intentar ser consciente de que estoy disfrutando mientras leo. O, al terminar, de que disfruto escuchando música mientras friego la cocina. De que la persona con la que vivo tiende en casi todo momento a preocuparse por mí y por cómo estoy. Quizá es algo que no haya hecho yo hoy. De que tengo tiempo, a lo mejor, de ver alguna serie que me guste o de jugar un rato con el móvil. Y que no es malo dejar que pasen las horas, sientas o no. Tengo a veces un poco de miedo de disfrutar, por ejemplo, de una ducha. Creo que no me lo merezco. Disfrutar, digo, la ducha me vendría muy bien.
Ojalá me afectasen menos algunas cosas. Y mira que lo he intentado oye, pero no hay manera. Tengo que vivir con ello de la mejor manera que puedo, por ahora. Sigo aprendiendo todavía a manejarme y como funciono. Y a controlarme de decir o hacer algunas cosas, y a dejar espacio.
Sigo aprendiendo, y ojalá no deje de hacerlo nunca y siga leyendo y esté en ese mundo tan extraño en en el que vivo a veces (o en el que lo intento). Y dejarme expresarme y disfrutar(me) de la manera que sea pero sin hacer daño.
Seguir aprendiendo, al fin y al cabo, como sentir sin doler.